23.9.06

"A Miguel Hernández lo mataron lentamente", de Antonio López Alonso, novedad de Ediciones Irreverentes.

El autor muestra, paso a paso, cómo las pésimas condiciones sanitarias y alimenticias de las cárceles franquistas llevaron a la Para López Alonso, "lo más terrible fue que se le impidió ver a su hijo. Eso fue un sufrimiento terrible. Sólo pudo verle una vez, justo antes de morir, cuando el corazón casi ni le latía".
Antonio López Alonso, autor de "A Miguel Hernández lo mataron lentamente" (Ediciones Irreverentes) explicó ante los medios de comunicación el por qué del título del libro "he usado esta forma de expresar como se le destrozó la salud durante su paso por las cárceles franquistas en homenaje a lo que dijo Pablo Neruda cuando le preguntaron cómo había muerto Miguel Hernández, a lo que contestó que lo habían ajusticiado lentamente. Efectivamente, se dieron las circunstancias en las terribles cárceles de la postguerra para que Miguel Hernández muriera del modo más doloroso».
El escritor Miguel Angel de Rus fue el presentador del libro y se expresó en términos de similar dureza. "López Alonso demuestra con datos que hubo torturas en las cárceles de la dictadura, pero no como las torturas que vemos en la cárcel norteamericana de Guantánamo, sino una tortura más primitiva; se hacía padecer a los presos republicanos unas pésimas condiciones higiénicas, teniendo una letrina para cada doscientos presos, la alimentación era casa inexistente, tenían una taza de agua cada tres días, el agua era insalubre… incluso se les hacía beber aguas residuales. Estaban tan hacinados, que dormían los unos sobre los otros y a veces sucedía que al despertar, un preso descubría que había dormido sobre el cadáver de un compañero".Miguel Hernández, uno de los más grandes poetas españoles, murió como consecuencia directa de la Guerra Civil española. No fusilado, aunque estuvo condenado a muerte, sino como resultado de su encarcelamiento.
Antonio López Alonso hace un estudio extraordinario de las cárceles como método represivo de los vencedores en la posguerra, del tránsito carcelario del preso Miguel Hernández como clave esencial de su enfermedad, nos muestra con datos cómo sufrió problemas cerebrales y cómo la tuberculosis acabó con él, como hiciera con tantos otros presos. En este libro, el autor utiliza las palabras del propio Miguel Hernández para describir cómo apenas podía dormir en la cárcel, porque las ratas pasaban sobre su cuerpo e incluso cagaban sobre su cabeza.Dispéptico gastrointestinal, jaquecoso, probablemente, en el trasfondo de ambos cuadros, víctima de ansiedad. En los últimos días de noviembre, de 1941, Miguel, ya en Alicante, enferma de tifoidea e ingresado en la enfermería del Reformatorio, López Alonso relata cómo le asiste el doctor José Mª Miralles, quien ante el cuadro diarréico intenso del poeta y la fiebre alta, prescribe tratamiento, cediendo el cuadro intestinal diarréico, pero no la fiebre, asociada a un cuadro de intenso cansancio. En realidad, una vez superada la infección intestinal tifoidea, es cuando la tuberculosis pulmonar aguda hizo su aparición. Miguel Hernández empezó a ser tuberculoso a finales de noviembre de 1941. Lo que es claro es que los pocos años que transitó de una cárcel a otra, especialmente desde Palencia hacia adelante, sufrió una serie de condicionantes o factores exógenos que le hicieron padecer un cuadro infeccioso pulmonar no tuberculoso en Palencia, un probable cuadro bronquítico agudo en Ocaña, tampoco tuberculoso y una tifoidea en Alicante.La tuberculosis pulmonar de finales de noviembre del 41, hay que enclavarla en ese contexto de presidiario, en un ambiente epidemiológico de hacinamiento, sufrimiento moral, espacio cerrado, y hambruna, que fueron minando poco a poco las defensas de Miguel hasta matarlo sin necesidad de fusilarlo. Es una biografía desde el punto de vista médico, es decir, una patografía, en la que traza una teoría médica sobre la muerte del escritor, que establece que éste murió de tuberculosis «debido a las circunstancias de hambre y hacinamiento que había en las cárceles españolas en esa etapa, entre 1936 y 1942. Miguel Hernández murió en la cárcel de Alicante, con la eclosión de la enfermedad, que ya venía arrastrando en todo el tránsito carcelario, en Palencia y Ocaña».Para López Alonso, "lo más terrible fue que se le impidió ver a su hijo. Eso fue un sufrimiento terrible. Sólo pudo verle una vez, justo antes de morir, cuando el corazón casi ni le latía".
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